En un clima cargado de positiva ansiedad que colmó cada rincón de la
Casa del Escritor, se llevó a cabo la presentación de la
Revista Caballo de Fuego en su edición
Bicentenario.
Y cómo no iba a lograr expectación este hecho, si todos los que nos dedicamos a esto sabemos lo que cuesta y se valora un trabajo de autogestión y, en este caso, de tanta envergadura, ya en tamaño como en contenido. En ciento sesenta páginas de papel tono ahuesado ( el detalle...) se logró un acertado compendio de creaciones literarias en variados géneros, tales como: poesía, ensayo, crítica, narrativa, crónica y hasta música, además de un dossier dedicado a temas del Bicentenario.
Ambicioso el proyecto: hay que decirlo, como también alabar sin reparos el resultado.
La vida nos sorprende sin escarmiento en muchos aspectos. Esta vez, para los que componen esta agrupación, la sorpresa vistió el sayo de la pérdida, ya que el mundo de las letras ha tenido que lamentar el fallecimiento del gran poeta y amigo
Iván Cortéz, y ha sido tan así de improviso este desgraciado hecho, que innegablemente afectó todo el contenido de esta publicación a "medio hacer" en el momento de su partida: desde sus páginas interiores, en donde se puede apreciar el nombre de Iván en sus créditos y contenido, como también en el sesgo de homenaje a su persona y obra que tuvo todo el encuentro de aquella emotiva tarde.
Hermoso gesto de sus amigos, amigas y compañeros de, me imagino, tal vez toda una vida, y hermosas también fueron las reacciones del público asistente frente a cada lectura-homenaje presentado por cada uno de sus compañeros poetas.
Nosotros, "los manchados", nos sumamos sin reservas a este sentimiento y, para ello, que mejor que escojer uno de sus textos para compartir con ustedes este momento tan especial que significó la presentación del último número de
Caballo de Fuego, con todo el significado subyacente debido a lo anteriormente relatado.
De Iván Cortéz:
MADEROS A LA DERIVA
Esos maderos acumulados en los remansos
son hermanos del río y testigos de su historia.
Son trozos de bosques y ciudades, testimonios
evolucionando hacia otros torbellinos.
Cargamentos de libros y cadáveres.
A veces una crecida los deposita en la ribera,
o los acerca al mar
como en un juego inmemorial.
Se transforman en casas o violines,
en fogatas o bendiciones para la fiesta de la tribu.
Se purifican, en la ciudadanía única del río
según se precipitan por entre bosques o ciudades.
Todos van dejando algo de sí mismos en su trayecto al mar,
algo de su sabiduría acumulada.
El río los acoge, los adelgaza, los suaviza
los transforma en veloces arietes o en sencillas canoas.
Los convierte en mínimas astillas, los pudre los regresa a la tierra
para que edifiquen nuevos bosques y ciudades.
Los que llegan al mar,
intactos y orgullosos en su poderío,
los que no recalaron en ribera alguna,
se parecen a esos hombres que pasan sin heroísmo por la vida,
como tristes veletas, juguetes de la tempestad.
Publicado en Caballo de Fuego edición Bicentenario.